3.5.10

No me morí en dos mil nueve.

I

No me morí cuando debía. No me pasó nada fatal cuando te mate lo niña. Cuando te dije "Es que amo a otra persona". Debí haberme muerto yo y no tu corazón, ni tu inocencia. Merecía caer muerto ahí mero, por débil, por ciego, por corretear fantasmas. A lo mejor fue lo justo, por que, qué fácil hubiera sido salir huyendo en la carroza fúnebre para no afrontar mi actos, para no verme embarrado de deshonra y escaparme, tan sencillo y frío, de los reveses de la vida. Pero no. Me levante al siguiente día, ambiguo, con orgullo y con vergüenza, a besar mi futura y cálida condena.

II

No me morí tampoco, luego de esas dos semanas en el hospital. Por que era yo, y no tú, viejita, la del cáncer agravado, entubada y con el pulmón trabajandome al treinta por ciento. Era yo quién te decía, con los ojos siempre tiernos, que podía cuidarme sola, para que te fueras a dormir tranquilo. Eramos todxs esa mañana, lxs que agonizamos en la cama. Era yo el cuerpecito arrugado que se fue quedando helado. Era nuestra debilidad postrada; eramos nosotrxs lxs derrotadxs. Y eras tú el que me miraba desesperado y les gritaba a lxs médicxs con los ojos que me salvaran, mientras yo sentía como el aliento final se iba de mi: primero lento, quedito, y luego quemando rápido, como llamarada. Así fue como no me morí contigo, viejita, porque me enseñaste a vivir esa mañana.

III

Nadie se muere de amor, ni de desamor, ni te tristeza, lo tengo comprobado. No me morí de sed de tus labios, ni ahogado en tu amor. Mis palabras, al final, no me ahorcaron, ni me atragante con tu lengua. Me atravesaron tus frases filosas, y me abrieron canales las puñaladas de un ciego por la espalda, y de todos modos, no morí desangrado. Ni me morí entre tus tantos atentados tontos de asfixiarme con mi propio corazón. No funcionó tu napalm love ni mi técnica secreta del amor kamikaze. El año pasado me reveló como un nuevo Van Damme, Robocop o John Rambo, un héroe bulletproof de las relaciones amorosas.

IV

Insisto en que la muerte es una liberación y no un castigo, y tal vez por justicia divina (o divina justicia), no me morí en dosmilnueve, por que he de pagar penitencia como Prometeo: por robar la luz de los dioses una arpía me devore cada noche el corazón, solo para que renazca al día siguiente y me aplique la misma, sin morirme nunca.

Sirenas

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